martes, 13 de marzo de 2007

Cristales vacíos (continuación)

El tren paró bruscamente. Alejandro se acercó a la puerta y sin quererlo y queriéndolo a la vez, rozó el brazo de Susana. Sus miradas se buscaron. Cara a cara. Los oscuros ojos de Susana desprendían aires de tristeza. Él se había acercado a la puerta porque era su parada. Era su despedida, dolorosa, fácil de olvidar.
Alejandro no podía soportar aquella impotencia, la decisión de bajarse o no. No podía abrir la boca, las palabras no le salían teniéndola tan cerca. Estaba atado a la sensualidad de su mirada, a la palidez de sus labios, aún pintados de un rojo oscuro y atractivo. ¿Qué hacer? Ella le estaba pidiendo a gritos que se quedase allí, o eso al menos le hacía sentir. Una insistencia silenciosa, discreta, emotiva. Inexistente, quizás.
Sus brazos seguían pegados, él uno junto el otro. Un calor frío provocado por los escalofríos que ambos se hacían sentir. El viento de la ventana abierta a su lado, desprendido por la velocidad del transporte. ¿Qué hacer? Susana no sabía si debía bajarse tras él y perseguirle hasta el rincón más oscuro de su casa. Amarle a escondidas. Sin testigos. Él le miraba con cierto picor, inseguridad. La puerta se abrió. Miró al frente con dureza.
Alejandro observó su nuevo talante. El cambio de la expresión de su cara. Se bajó sin mirar atrás. Intentando olvidar sus ojos, su figura. Jurándose que eso le podría pasar tardes y tardes volviendo a casa. Su paso era firme y no quería volverla a ver. Quería sentir que en un momento se esfumaba su rabia de perderla, cuando todavía no le conocía. A lo mejor debía haberse quedado en el metro y debía haberla seguido y haber hablado con ella sin más… Caminaba y caminaba a un paso de subir en las escaleras. El tren pitó y sus puertas se cerraron. Con timidez se giró. Solo esperaba verla por última vez. Un solo instante, una mirada fugaz desapareciendo en la oscuridad. Cristales y más cristales hartos de gente y caras cansadas pero no la percibía. No había rastro de ella. Alzó su cabeza y observó la pesada escalera que le esperaba.
En un instante Susana apreció como sus sentidos se desvanecían allí mismo al concebir que se iba de su lado, que caminaba erguido hacia la salida sin girarse y mirarla de nuevo. Se llenaron sus ojos de lágrimas. Estaba vacía, vacía de él. Era un final helado que no podía dejar que se dispersarse con tal destreza. La puerta seguía abierta, esperando a que saliese. El tren pitó y dejándose llevar se infiltró por la rendija que todavía no se había cerrado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Rebequiña, espero que continúe con un final alegre, sensual, calentorro!!!