lunes, 23 de abril de 2007

La última rosa

He comprado una rosa roja. Hacía tiempo que no invertía en mi escasa colección de flores secas. Y digo escasa porque no llegarán a una docena, pero aseguro que son bellas como su designación indica. Pero esta última es distinta a las demás. Mi mente no estaba segura de ello, mi mente estaba cansada ya del día chocante y pegajoso. El tiempo se hace lento y aburrido, un sin sentido constante que mi cuerpo débil y atractivo ya no aguanta. ¿Qué hacer ante tanta y tanta desilusión conquistada sin ningún esfuerzo ni logro premeditado? El problema de la indecisión me abruma con constancia cuando ya no se si es mejor un corte frío de venas entre el vapor del agua caliente sobre mi cuerpo en la bañera, o si un gran colocón de una mezcla entre pastillas y sobres diversos de medicación obtenidos en una farmacia. Poco valor parece surgir de mi sudor de primavera. Y mi alma vagando desnuda entre estas paredes, de tan distinguida y desgraciada ciudad, buscando la salida a este infierno convertido en vida. Morir joven, con la perfección de la adolescencia, ya escondida entre las garras de la madurez. La rosa es para mi funeral.