jueves, 29 de marzo de 2007

Excavaciones!


Siempre andaré perdida dentro de mi inevitable carrera frustada, tan amada.... Cómo arte, como cultura, como lo es todo, y para todos, porque es nuestro pasado, y nuestro futuro, y quien sabe que se va a encontrar debajo de esa piedra, debajo de ese camino... Quién sabe si aquella teja rota es una teja romana, en vez de una molesta piedra en medio de la vereda... Para aquellos que se rían de las pocas ruinas, y tan débiles, que se aburren viendo yacimientos, para aquellos que no tienen pasado porque no quieren verlo... A vosotros os dedico mi gran interés por intentar ser una economista, quizás periodista, con un corazón de ¿arqueóloga?¿historiadora?.
Hace varios años recuerdo como aburrida con mis amigos en el pueblo, decidimos excavar un camino en el que se podían ver restos de piedra. No sabíamos si simplemente estaban ahí por casualidades de esta vida, o podían llegar a ser las piedras de un camino confeccionado por vete tú a saber que civilización: romanos, medievales, o la de hace dos siglos. Pués bien, el frío era aterrador al igual que el viento pero más aterradora era la curiosidad de los escasos vecinos que por allí merodeaban y la conciencia de que "excavar está prohibido". Aún con tan abrumadoras trabas decidimos acercarnos al lugar y escarbar. Para nuestro asombro descubrimos restos de una calzada, aunque todavía no sabemos con exactitud si tiene o no algún valor arqueológico. Abandonada la dejamos, y ya de nuevo el temporal y la hierba ha vuelto a cubrirla no frondosamente, pero si con delicadeza.
Ahí acaba mi "ridícula" conexión con el mundo de la historia (a parte de mis grandes años dándola como asignatura en el instituto). He hallado varios blogs sobre historia, ahí van!
Ciertas curiosidades en la Historia
Reportero de la Historia
Historia antigua

"Feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento"

martes, 13 de marzo de 2007

Cristales vacíos (continuación)

El tren paró bruscamente. Alejandro se acercó a la puerta y sin quererlo y queriéndolo a la vez, rozó el brazo de Susana. Sus miradas se buscaron. Cara a cara. Los oscuros ojos de Susana desprendían aires de tristeza. Él se había acercado a la puerta porque era su parada. Era su despedida, dolorosa, fácil de olvidar.
Alejandro no podía soportar aquella impotencia, la decisión de bajarse o no. No podía abrir la boca, las palabras no le salían teniéndola tan cerca. Estaba atado a la sensualidad de su mirada, a la palidez de sus labios, aún pintados de un rojo oscuro y atractivo. ¿Qué hacer? Ella le estaba pidiendo a gritos que se quedase allí, o eso al menos le hacía sentir. Una insistencia silenciosa, discreta, emotiva. Inexistente, quizás.
Sus brazos seguían pegados, él uno junto el otro. Un calor frío provocado por los escalofríos que ambos se hacían sentir. El viento de la ventana abierta a su lado, desprendido por la velocidad del transporte. ¿Qué hacer? Susana no sabía si debía bajarse tras él y perseguirle hasta el rincón más oscuro de su casa. Amarle a escondidas. Sin testigos. Él le miraba con cierto picor, inseguridad. La puerta se abrió. Miró al frente con dureza.
Alejandro observó su nuevo talante. El cambio de la expresión de su cara. Se bajó sin mirar atrás. Intentando olvidar sus ojos, su figura. Jurándose que eso le podría pasar tardes y tardes volviendo a casa. Su paso era firme y no quería volverla a ver. Quería sentir que en un momento se esfumaba su rabia de perderla, cuando todavía no le conocía. A lo mejor debía haberse quedado en el metro y debía haberla seguido y haber hablado con ella sin más… Caminaba y caminaba a un paso de subir en las escaleras. El tren pitó y sus puertas se cerraron. Con timidez se giró. Solo esperaba verla por última vez. Un solo instante, una mirada fugaz desapareciendo en la oscuridad. Cristales y más cristales hartos de gente y caras cansadas pero no la percibía. No había rastro de ella. Alzó su cabeza y observó la pesada escalera que le esperaba.
En un instante Susana apreció como sus sentidos se desvanecían allí mismo al concebir que se iba de su lado, que caminaba erguido hacia la salida sin girarse y mirarla de nuevo. Se llenaron sus ojos de lágrimas. Estaba vacía, vacía de él. Era un final helado que no podía dejar que se dispersarse con tal destreza. La puerta seguía abierta, esperando a que saliese. El tren pitó y dejándose llevar se infiltró por la rendija que todavía no se había cerrado.

lunes, 12 de marzo de 2007

Cristales vacíos

El andén estaba repleto de gente. Las caras sofocadas por el calor que hacía allí dentro, cuando en la calle el termómetro no subía de 5 grados. Se oía el rechinar del tren, acercándose, pero todavía no se vislumbraba en el estrecho túnel.
Susana no tenía prisa por llegar a casa. Había comprado el regalo de su hermana, un juego de café extremadamente moderno en su diseño. "Le encantará" se dijo. Echó la lotería, como cada lunes y entró en una cafetería a tomar un chocolate con churros para entrar en calor. Ahora se dejaba bajar por la escalera mecánica el metro, leyendo aquel interesante capítulo de "Flores en el ático". Al llegar al andén, el tren estaba entrando en la estación. Cómo cada día se preguntó como podían caber allí dentro todos, pero todos subieron y el tren partió hacia la siguiente parada. Dejó el libro en el bolso y miró a su alrededor. La gente cansada de una jornada dura en el trabajo, deseando llegar a sus casas. Deseando que llegue el fin de semana. Allí estaba ella, en paro, deseando que el tren nunca llegase a la estación indicada. Se volvió y miró las puertas. Podía ver la velocidad entre el vacío de los cristales. A través de él le observó.
Alejandro volvía de trabajar en metro. Harto de ser cocinero se planteaba empezar otra vida. Quizás lo mejor sería estudiar, ya que lo había dejado algunos años atrás. Pero dónde iba él a su edad. El tren cómo de costumbre iba a reventar. Aburrido empezó a imaginar la vida de los demás. A dónde iban. Por qué. Sin quererlo, la descubrió en el cristal de la puerta. Le estaba mirando a él. Y fijamente. Alejandro sonrío. Aquella mujer tenía algo. En sus ojos, en su mirada. Y al igual que pasa en las películas, creyó estar enamorado a simple vista.
Susana tras ver cómo aquel hombre le estaba sonriendo guardó inmediatamente su anillo de casada. ¿Qué estaba haciendo? Como una niña de 15 años, en vez de asumir que tenía casi los 40, le devolvió la sonrisa. Hacía años que ya no sentía aquel cosquilleo en el estómago. Hacia meses que no se acostaba con su marido.
Sus miradas siguieron intactas durante minutos. Alejandro sentía que se había enamorado, por fin. Parecía una mujer madura, seguramente mayor que él. Tenía que hacer algo, acercarse a ella, hablarle, pero sólo podía mirarle y mirarle... Susana no daba crédito a lo que estaba sucediendo y sin embargo le gustaba tanto... Estar tentando a todo, desafiando. Se sentía sucia pero le encantaba. Le encantaba flirtear con ese tipo tan atractivo, tan joven... hasta que la luz de la estación hizo que el cristal dejase de actuar como espejo y quizás llegase la hora de separarse hasta siempre. Sin nombres, ni números, ni direcciones. Un amor de metro, de extras, de ciudad. De momentos, porque tan solo había sido eso, un momento, una mirada que lo dice todo.
Continuará...

jueves, 8 de marzo de 2007

Me gusta ser una zorra

Sábado por la mañana. 1983. En "Caja de ritmos" sonando las vulpess, en latín zorras. La letra provoca un escándalo público en televisión española, querella criminal y vete tu a saber cuantas y cuantas sandecedes en boca de la tradición. ¿Libertad de expresión? Mi homenaje a la mujer es para ellas. "Qué dura es la vida cual caballo me guía..."