lunes, 12 de marzo de 2007

Cristales vacíos

El andén estaba repleto de gente. Las caras sofocadas por el calor que hacía allí dentro, cuando en la calle el termómetro no subía de 5 grados. Se oía el rechinar del tren, acercándose, pero todavía no se vislumbraba en el estrecho túnel.
Susana no tenía prisa por llegar a casa. Había comprado el regalo de su hermana, un juego de café extremadamente moderno en su diseño. "Le encantará" se dijo. Echó la lotería, como cada lunes y entró en una cafetería a tomar un chocolate con churros para entrar en calor. Ahora se dejaba bajar por la escalera mecánica el metro, leyendo aquel interesante capítulo de "Flores en el ático". Al llegar al andén, el tren estaba entrando en la estación. Cómo cada día se preguntó como podían caber allí dentro todos, pero todos subieron y el tren partió hacia la siguiente parada. Dejó el libro en el bolso y miró a su alrededor. La gente cansada de una jornada dura en el trabajo, deseando llegar a sus casas. Deseando que llegue el fin de semana. Allí estaba ella, en paro, deseando que el tren nunca llegase a la estación indicada. Se volvió y miró las puertas. Podía ver la velocidad entre el vacío de los cristales. A través de él le observó.
Alejandro volvía de trabajar en metro. Harto de ser cocinero se planteaba empezar otra vida. Quizás lo mejor sería estudiar, ya que lo había dejado algunos años atrás. Pero dónde iba él a su edad. El tren cómo de costumbre iba a reventar. Aburrido empezó a imaginar la vida de los demás. A dónde iban. Por qué. Sin quererlo, la descubrió en el cristal de la puerta. Le estaba mirando a él. Y fijamente. Alejandro sonrío. Aquella mujer tenía algo. En sus ojos, en su mirada. Y al igual que pasa en las películas, creyó estar enamorado a simple vista.
Susana tras ver cómo aquel hombre le estaba sonriendo guardó inmediatamente su anillo de casada. ¿Qué estaba haciendo? Como una niña de 15 años, en vez de asumir que tenía casi los 40, le devolvió la sonrisa. Hacía años que ya no sentía aquel cosquilleo en el estómago. Hacia meses que no se acostaba con su marido.
Sus miradas siguieron intactas durante minutos. Alejandro sentía que se había enamorado, por fin. Parecía una mujer madura, seguramente mayor que él. Tenía que hacer algo, acercarse a ella, hablarle, pero sólo podía mirarle y mirarle... Susana no daba crédito a lo que estaba sucediendo y sin embargo le gustaba tanto... Estar tentando a todo, desafiando. Se sentía sucia pero le encantaba. Le encantaba flirtear con ese tipo tan atractivo, tan joven... hasta que la luz de la estación hizo que el cristal dejase de actuar como espejo y quizás llegase la hora de separarse hasta siempre. Sin nombres, ni números, ni direcciones. Un amor de metro, de extras, de ciudad. De momentos, porque tan solo había sido eso, un momento, una mirada que lo dice todo.
Continuará...

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